Cada temporada Anekke inspira su colección de bolsos, accesorios y complementos, en un viaje imaginario que realiza. Este invierno, Anekke ha escapado de la realidad que vivimos en la Tierra y ha preferido marcharse al espacio interestelar con su inseparable mascota Towanda.
Así describe Anekke, este viaje que le ha servido de inspiración…..¿nos acompañas?
Aquella noche no podía dormir.
Un halo de luz travieso se filtraba por la ventana de mi habitación, dándole vida a todo lo que quedaba a su paso. Me guiaba hasta un paisaje único: las estrellas. Esas con las que había soñado cada día desde que tenía uso de razón. Esas que, cada noche, vestían el cielo entre bailes fugaces. Cerré los ojos muy fuerte, todo lo que mis párpados me permitían, y sin apenas darme cuenta la fuerza gravitatoria del Planeta Tierra fue desapareciendo.
Ahí estaba yo, un ser flotante cargado de emociones que brillaban casi tan fuerte como la vía láctea, mientras mi habitación se iba convirtiendo en un cohete que, en unos segundos, se transformaría en la nave que nos lanzaría hacia el infinito.
“Allá voy, cielo. Allá vamos, Towanda”. 3, 2, 1… la cuenta atrás iba acelerando mi pulso, mientras los comandos temblaban y Towanda, en su traje de astronauta, se acostumbraba a su nueva escafandra. En ese momento, ningún vestido podría habernos parecido más bonito.
La velocidad, las voces en una radio, el panel de mandos… todo iba apareciendo ante nosotros mientras nuestra nave izaba su viaje hacia el cielo, mientras dejábamos atrás la Tierra y comenzábamos a observarla con los ojos de quien ve la belleza de lo que le rodea por primera vez: los colores de los árboles, los océanos, la tierra árida y rojiza…
Nuestra nave se abría paso a través de nubes esponjosas, acercándonos a una oscuridad casi tangible en la que, de repente, el Universo nos regaló el espectáculo más bonito que podríamos haber soñado.
Su energía envolvente se movía al ritmo de sus rayos de colores, los planetas nos invitaban a ser parte de ellos. Lluvias de meteoros nos movían suavemente, meciéndonos en aquel espacio gravitatorio con el que tanto habíamos soñado. Allí sentí como toda nuestra fuerza convivía en un espacio único e inmensurable, cuya inmensidad me hacía flotar en un sentimiento de vida único.
Sentí la velocidad de una estrella fugaz corriendo por mis brazos, la fuerza del océano en mis venas, cómo se movía entre mis dedos la tierra que nos regala las flores, el sol rugiendo sobre mis pies… Sentí que me convertía en un ser iridiscente cuyo corazón se había convertido, de modo irremediable, en una estrellita en la periferia de una hermosa luna creciente.
El viaje llegaba a su fin, pero mi espíritu se había hecho un hueco para siempre en el espacio. Y una vez tocamos el suelo de nuevo, no volví a ser la misma. La fuerza del Universo latía más fuerte que nunca en mí, en Towanda. Cada noche, en mitad de la oscuridad, encontrábamos un segundo para seguir soñando con aquello que queremos ser. Cada día, con la luz del sol, daríamos lo mejor de nosotros al mundo, para hacerlo un lugar mejor.
Cuidaríamos del planeta y, siempre, siempre transmitiríamos energía positiva.
Porque el Universo late con nosotros.
Porque el Universo eres tú.
Anekke.